Las relaciones de pareja, entre lo permitido y lo prohibido
En nuestro primer amor nos sentimos igual que las pastillas efervescentes en el agua cuando nos dan un beso o cuando nos llaman por teléfono y nos dicen “te amo”, “te quiero”. Luego, en la medida en que vamos teniendo más edad, y quizás, otras parejas, la sensación de sentirnos enamorados es placentera, platónica, ¡cómo no!, pero puede ser que la vayamos viendo y viviendo con más sosiego.
Con el paso del tiempo, también nos vamos dando cuenta de los errores que cometimos en el pasado y de lo que deseamos realmente en una relación para que sea enriquecedora y duradera. No obstante, en ese proceso de aprendizaje, de si se quiere, ensayo y error, vamos analizando ―si lo hacemos de manera consciente― en qué han fallado nuestras parejas o exparejas, pero también en qué hemos fallado nosotros mismos.
Además, es posible que ocurra que personas, que, tal vez antes no creían en el matrimonio (quizás por casos de violencia de género durante la infancia y la adolescencia), con el tiempo cambien de parecer y piensen que este sí puede llegar a ser un complemento satisfactorio en sus vidas.
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Las buenas relaciones, es decir, aquellas que se caracterizan por ser sanas, estables, respetuosas, son alimento para el cerebro y el espíritu, y nos ayudan a mantener una buena salud física y mental.
A continuación, explicamos a grandes rasgos cuatro factores que hemos dado en llamar “lo permitido” (y lo contrario, “lo prohibido”), en una relación de pareja.
Entre lo permitido y lo prohibido:
- El respeto. El respeto es sinónimo de consideración, educación, amor; no, de violencia. Cuando falta el respeto, falta todo lo demás tanto para la mujer como para el hombre.
Por eso, el respeto es lo permitido y necesario; el irrespeto es lo prohibido y a lo que es importante negarse en ambos papeles: en el del que irrespeta y en el del irrespetado. De ahí también la necesidad de la autoestima y del orgullo por uno mismo.
Según la Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés), el riesgo de sufrir violencia (entre ellas, la psicológica) por parte de la pareja aumenta si se es pobre, si se tiene un nivel educativo bajo, si se es adolescente o joven, se es mujer, se vive en una zona de mucha pobreza y si se depende del alcohol o de otras drogas.
A su vez, una persona puede ser agresora si gana poco, tiene pocos logros educativos, es adolescente o joven, su comportamiento fue agresivo cuando era joven, consume alcohol u otras drogas, o presenta depresión, enfado, hostilidad.
También, si tiene historias anteriores de violencia o de abuso físico, tiene pocos amigos y está aislado, está desempleado, es inseguro, cree en roles estrictos de género, por ejemplo, en el dominio del hombre sobre la mujer; quiere controlar o mandar en las relaciones y fue víctima de abuso físico o psicológico cuando era niño.
- La colaboración. Como la pareja es de dos se aspira a compartir los deberes y a contribuir equitativamente o de manera complementaria al levantamiento del hogar y de la relación. Es decir, se distribuyen los quehaceres y obligaciones, pero también comparten y disfrutan juntos. Por ejemplo, ―y contrariamente a la norma― hay parejas en las que la mujer sale a trabajar, y el hombre, si quiere ser escritor, se queda en la casa escribiendo, pero también se ocupa de lo relativo al hogar.
Claro, en este caso también se toma en cuenta la situación económica de la pareja, pues se supone que les permite mantenerse por el momento con el ingreso fijo y seguro de uno de los dos, mientras que el otro va labrando el camino para cosechar éxitos.
La misma APA señaló que, en lo referente a las familias reconstruidas, esto es, aquellas que se han formado después de que uno de los dos miembros de la pareja, o los dos, se ha vuelto a casar y vive con sus hijos y los hijastros, han expresado tener mejores resultados cuando usan un fondo común para gastos.
“Las parejas que usaron el método de un pozo común, por lo general, indicaron mayor satisfacción familiar que aquellas que guardaron su dinero por separado”, indicó.
Esto también tiene que ver, por supuesto, con las metas de ambos, la confianza, el no individualismo, el buen manejo de las finanzas y el saber ayudarse mutuamente en los momentos buenos y malos.
- La comunicación. Saber hablar, escuchar, no gritar, usar la asertividad y ser receptivo a las críticas constructivas es clave en el mantenimiento y fortalecimiento de la pareja y, por ende, en los hijos. En ello también residen las habilidades sociales tan necesarias en la vida y en ámbitos como el social, el académico y el laboral.
A su vez, la buena comunicación cobra una especial importancia en esta era de revolución tecnológica en la que la abundancia de artículos fijos y móviles nos lleva a estar hiperconectados, mas eso no implica que la comunicación sea fluida, cercana ni completa. Al contrario, puede estimular la pérdida de atención, concentración y retroalimentación.
Incluso cuando existe algún problema relacionado con la discapacidad, por ejemplo, la auditiva, hay que buscar la manera más apropiada de comunicarse adecuadamente con la persona, tomando en cuenta sus necesidades, haciéndola sentir valiosa y parte activa del grupo familiar.
“La comunicación enriquece a los miembros de la familia. El estar comunicados hace posible la experiencia de vida participada y comprometida. Niñas y niños pueden desarrollarse con integralidad si los contactos satisfacen sus necesidades y el afecto usa los canales de los diversos lenguajes. Adolescentes, mujeres y hombres experimentan los valores que se enraizan en sus proyectos de vida, generados desde una comunicación fecunda en sus hogares y exploran las diversas formas de comunicarse y participar socialmente, dentro y fuera del grupo familiar”, apuntó el texto Comunicación en familia para la prevención de riesgos psicosociales, del Ministerio de Educación del Ecuador.
Por otra parte, los padres, que son modelos para los hijos, deben buscar el mejor modo de solucionar sus diferencias. De ahí también dependerá la calidad de la relación entre los hijos, además de los celos, las agresiones y el acoso que pueda haber entre ellos, sobre todo de parte del mayor.
“Los padres son modelos de referencia para los hijos desde edades muy tempranas. Si los hijos observan resolución de conflictos a través de conductas que impliquen violencia verbal o emocional es muy posible que repitan patrones”, afirmó el artículo Violencia entre hermanos, ¿cómo detectarla?, de la página web Ifeel.
- Seguridad, fraternidad y apoyo. El diario La Vanguardia, de España, citó a un grupo de investigadores británicos que hizo un estudio sobre qué factores favorecen o perjudican una relación de pareja. Para ello, entrevistaron a 4.494 personas de entre 18 y 65 años, y les preguntaron cuáles eran los diez aspectos que más les gustaban de su relación. El sexo, sin embargo, no ocupó un lugar primordial en la lista, pese a lo que se pudiera pensar (más allá de la frecuencia del acto sexual, cobra un mayor valor la calidad de este).
Dichos aspectos, pues, son reír juntos, compartir valores e intereses, ser los mejores amigos, sentirse cuidados y apoyados, sentirse seguros, ser felices, confianza, compartir una relación cercana, hablar y escuchar, estar enamorado y ser amado.
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