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El trauma psicológico en los niños

Home TraumaEl trauma psicológico en los niños
Los niños que han sufrido algún tipo de trauma pueden vivir situaciones como problemas con el apetitito, de sueño, de humor, de concentración, etc.
Los niños, al igual que los adultos, pueden ser víctimas de traumas psicológicos que incidan en su salud física y mental / Crédito: Freepik

El trauma psicológico en los niños

noviembre 22, 2021 Posted by Superar Trauma No Comments

El trauma psicológico es una situación que afecta el estado de ánimo, las conductas, los pensamientos y hasta la salud física de las personas de cualquier edad. Por eso, no puede pasar inadvertido o ser subestimado.

En el caso específico de los niños, un trauma puede repercutir de diferentes maneras. Entre otros modos, incide en su desempeño en el colegio; en no querer ir a clases si es que el hecho que lo origina ocurre en la escuela; en sus relaciones, autoestima, sentimientos, reacciones, apetito, e incluso en los hábitos de sueño.

Muchas pueden ser las causas de un trauma psicológico en la población infantil. Entre ellas se encuentran los accidentes de tránsito, las muertes repentinas de seres queridos, el maltrato, la violencia intrafamiliar, el abuso sexual, el bullying o el ciberacoso, el abandono, la pobreza, los actos terroristas, la guerra, los desastres naturales, etc. 

Lee nuestro artículo Violencia contra las mujeres y las niñas, un grave problema que hiere y mata: 

Violencia contra las mujeres y las niñas, un grave problema que hiere y mata

Ya antes de la COVID-19, la violencia contra las mujeres y las niñas afectaba a millones de estas, pero con la pandemia se agudizó la situación. Se trata, pues, de un grave problema que ocasiona fuertes daños físicos, emocionales, psicológicos y económicos (a veces también judiciales) en la persona

Un niño que, por ejemplo, ve cómo sus padres discuten con frecuencia y se agreden entre sí, puede crecer llevando consigo una sensación de miedo e inseguridad permanente de que algo terrible ocurra en esas discusiones, tal es el caso de algún accidente, lesiones, homicidio… Ya, siendo adulto, esa misma situación puede conducirlo a rechazar el matrimonio por temor a vivir lo mismo o a que sus hijos también lo vivan. Puede, incluso, repetir patrones de comportamiento que podrían afectar su estado de ánimo y a no saber manejar el estrés; que podrían repercutir en su salud física y mental, y en sus relaciones tanto de pareja como con los mismos hijos.

Un adulto, por su parte, que haya vivido fuertes privaciones económicas cuando era niño, puede cargar consigo mucho dolor cuando reviva recuerdos de falta de regalos o de afecto (esto último también se puede dar en familias de mejores ingresos) en Navidad y en fechas especiales, en las que los niños, por lo general, están ansiosos y emocionados por recibir un obsequio y cariño. Con ello, también pueden recordar otras malas experiencias que tengan que ver con la pobreza, la necesidad, o la falta de atención.

El abandono de un padre o de una madre puede incidir, asimismo, en la salud física, mental y emocional de un hijo; llevarlo a que no se sienta querido, respetado ni protegido; a que consuma drogas, se exponga a riesgos, por ejemplo, actos sexuales sin protección o a ser víctima de abuso sexual, y hasta rechazar al otro progenitor si es que lo culpa de dicho abandono.

Puede ser incluso que no esté abandonado, sino bajo el cuidado temporal de otra persona, esto es, un familiar, vecino, padrastro o madrastra, y que sea blanco de abusos.

Estas son apenas algunas situaciones que se pueden presentar en la vida de cualquier chico, pero que se deben prevenir o tratar de manera profesional, especializada y oportuna. 

De ahí que las evaluaciones psicológicas en los colegios sean un buen recurso para hacer diagnósticos cabales y a tiempo que ayuden a determinar la causa de situaciones como los problemas de aprendizaje o el bullying, y prevenir posibles consecuencias o contribuir a la mejora del alumno tanto en su vida diaria como en su desempeño en las actividades académicas.

Por eso también los padres o cuidadores principales deben saber cómo afrontar este tipo de situación, dado que el desconocimiento ―o subestimación― de las causas, los comportamientos y las reacciones, y el no cambiar los mismos patrones de conducta de los adultos pueden acarrear violencia, maltrato, dejadez, resentimiento o frustración, y con ello, el empeoramiento del caso o la aparición de lo que se conoce como trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Cabe destacar que el TEPT es una condición de salud mental que ocurre después de vivir o presenciar un hecho traumático y que acarrea angustia, pesadillas, reviviscencias, miedo, agresividad, etc., la cual puede llegar a interferir en la estabilidad de la persona. Puede, asimismo, implicar situaciones de evasión del hecho o de aquello que está relacionado; recuerdos intrusivos, cambios en el pensamiento y en el estado de ánimo, y modificaciones tanto en las reacciones físicas como emocionales.

¿Qué es el trauma psicológico?

“El trauma es una respuesta emocional a un evento intenso que representa una amenaza o que causa daño. El daño puede ser físico o emocional, real o percibido, y puede representar una amenaza para el niño o para una persona cercana a él. El trauma puede ser el resultado de un evento aislado o puede ser consecuencia de una serie de eventos a través del tiempo”, dijo el Child Welfare Information Gateway, del Departamento de Salud y Servicios Humanos (Oficina de Niños), de Estados Unidos.

El organismo también mencionó otras causas que pueden llevar a que ocurra un trauma psicológico. Estas son:

  1. Abuso, que puede ser físico, sexual o emocional.
  2. Negligencia.
  3. Consecuencias de la pobreza, por ejemplo, no tener dónde vivir o qué comer.
  4. Separación de los seres queridos.
  5. Acoso (bullying).
  6. Ser testigo de daños contra un ser querido o una mascota.
  7. Desastres naturales o accidentes.
  8. Comportamiento impredecible de los padres debido a alguna adicción o algún tipo de condición de salud mental.

Lee nuestro artículo El grave problema del estigma y las adicciones: 

El grave problema del estigma y las adicciones

Las adicciones, aunque unas más que otras, son motivo de etiquetas peyorativas que la sociedad, los cuerpos de seguridad, el mismo personal sanitario, etc., les endilgan a quienes afrontan consumos problemáticos de sustancias, por ejemplo. Esta situación incide, incluso, en que personas con adicciones de alcohol y otras drogas corran un mayor riesgo de contraer la COVID-19 y agravar su estado de salud

Aunque, así como los adultos, los niños también son resilientes y, por ende, capaces de tolerar y sobreponerse a la adversidad, las situaciones traumáticas pueden afectarlos. El estrés, que puede ser positivo en la medida en que impulsa a actuar y a prepararse lo mejor posible ante casos como un examen o alguna presentación artística, también puede ser nocivo, incluso en los pequeños. 

“El trauma ocurre cuando una experiencia estresante (como el sufrir abuso, negligencia o acoso) mina la capacidad innata del niño para sobrellevar una situación traumática. Estos eventos generan una respuesta de ‘lucha, huida o parálisis’, lo que produce cambios en el cuerpo ―por ejemplo, latidos más rápidos y una presión arterial elevada― así como también cambios en la manera en que el cerebro percibe y reacciona ante el mundo. En muchos casos, el cuerpo y el cerebro de un niño se recuperan rápidamente de una experiencia potencialmente traumática y sin sufrir daños permanentes. Sin embargo, para otros niños el trauma interfiere en el desarrollo normal y puede causar daños a largo plazo”, señaló.

Algunos de los efectos del trauma en los niños se ven en el cuerpo, el cerebro, las emociones y los comportamientos. En el primer caso, el cuerpo, el niño puede, entre otras consecuencias, tener enfermedades crónicas, incluso ya en la adultez (por ejemplo, enfermedades cardíacas y obesidad); en el segundo caso, el cerebro, el niño puede presentar problemas para pensar, aprender y concentrarse, y de memoria; rendir y cambiar de una actividad o de un pensamiento a otro; en el tercer caso, las emociones, el niño puede tener baja autoestima, sensación de inseguridad, depresión, ansiedad, dificultades en las relaciones, y en el cuarto caso, los comportamientos, puede afrontar problemas para controlar los impulsos; agresiones, huidas del hogar, deserción estudiantil y hasta el suicidio.

Sin embargo, factores como la edad (si el niño es más pequeño, es más proclive a verse afectado), la frecuencia con la que ocurre el hecho que lo afecta y si son varios hechos, la percepción que tenga del peligro que este acarree, las relaciones afectivas que mantenga con sus padres o cuidadores principales (si son buenas, se puede sentir amparado, apoyado y comprendido), sus habilidades para enfrentar el caso (la inteligencia, la autoestima y la salud física lo ayudan a sobrellevar la situación) y su sensibilidad (hay niños que son más sensibles que otros) incidirán en que pueda sobreponerse con mayor o menor éxito. 

Aun cuando el niño se encuentre en un lugar seguro, una vez que ha salido de aquel donde ha ocurrido la experiencia traumática, sobre todo si esta se repite y se prolonga, puede llevar tiempo y paciencia para que él o ella se relaje, confíe y pueda estar tranquilo.

Aun así, existen los llamados detonantes del trauma, que pueden ser los sonidos, las imágenes, el tono de voz, las posturas, las sensaciones, los lugares, los olores, etc., los cuales impulsen al niño a reaccionar apenas los perciba, pues le recuerda el hecho.

Por su parte, el Child Mind Institute, también de Estados Unidos, agregó que se debe estar atento a una serie de factores que permiten determinar si el niño está presentando algún tipo de trauma:

  1. El niño atraviesa por una situación de duelo que dura entre tres y seis meses después de que ha ocurrido el hecho traumático.
  2. Se siente fascinado por la muerte.
  3. Se fija de manera obsesiva en su seguridad.
  4. Tiene, de manera repentina, problemas para dormir, comer, de carácter, o le cuesta prestar atención.
  5. Existen detonantes del trauma que lo llevan a reaccionar ante situaciones parecidas o que le recuerdan el hecho.
  6. Se niega a ir al colegio, pues ahí fue donde ocurrió el problema.

“En casos extremos, los niños pueden desarrollar un trastorno de estrés postraumático, pero incluso los síntomas menos extremos, similares al TEPT, pueden interferir en la vida y la felicidad de un niño. El estrés y el trauma pueden tener un aspecto diferente entre las niñas y los niños. Normalmente, los niños tienden a reaccionar más rápidamente y con más fastidio e ira. Las niñas pueden tardar más en reaccionar y guardarse sus sentimientos”, afirmó.

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“El sufrimiento y lo adverso son condiciones inevitables que, en algún momento, nos tocará vivir a todos; sin embargo, la manera de actuar es diferente. Casi todas las personas vivirán una crisis ante una situación que podría ser traumática, lo que no es indicador de enfermedad ni patología, sino una reacción natural ante lo sucedido”, afirmó Indira Ullauri, psicóloga clínica y gerente general de Superar

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