Depresión y ansiedad durante la pandemia de la COVID-19
Sabemos que la depresión y la ansiedad son dos trastornos de salud mental comunes, pero, debido a la pandemia de la COVID-19, organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han alertado de un incremento o empeoramiento de ambas.
Es normal que nos sintamos ansiosos, tristes, estresados, solitarios y con problemas para dormir ante la incertidumbre, el aislamiento, el miedo al contagio, el rechazo, la exclusión, la pérdida de los medios de vida (empleo, empresa), las muertes, la agudización del maltrato, la desinformación, la sobreinformación, las mentiras y los rumores que ha implicado la pandemia, la cual, aun cuando fue declarada a mediados de marzo de 2020, sigue hoy en día.
De hecho, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), van alrededor de 100 millones de casos confirmados y más de 2 millones de fallecimientos, y, lamentablemente, seguirán aumentando hasta tanto se masifiquen las vacunas.
Tabla COVID-19 Organización Mundial de la Salud
La misma situación ha incidido anteriormente en otros brotes de enfermedades infecciosas que han hecho mella en la salud mental de la población mundial.
Y aunque todos nos vemos expuestos a las consecuencias y secuelas psicológicas de la COVID-19, hay quienes lo hacen aún más. En este sentido, se encuentran los trabajadores sanitarios, las personas mayores, las personas con enfermedades preexistentes o con discapacidad, los niños y adolescentes, las mujeres y aquellos que viven en situaciones de conflicto, refugiados e inmigrantes.
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Sin embargo, hay medidas para sobrellevar el estado de ánimo, y también intervenciones y tratamientos adecuados para ayudar a hacerles frente, específicamente, a la depresión y a la ansiedad.
Depresión y ansiedad, un coctel que puede ser mortal
Mientras que la depresión es un problema cuyos síntomas e intensidad pueden ser leves, moderados o graves, la ansiedad, como trastorno de salud mental, se presenta de diferentes maneras, que van desde las fobias simples hasta el trastorno obsesivo compulsivo, y cada uno posee también rasgos, síntomas y complicaciones propias.
La depresión, considerada la principal causa de discapacidad en el mundo, afecta a más de 300 millones de personas en todo el planeta, indicó la OMS.
El mismo organismo señaló que, en el caso de la ansiedad, más de 260 millones de personas afrontan este problema y que ambos, tanto la ansiedad como la depresión, pueden acarrear, si no se tratan oportuna y adecuadamente, enfermedades físicas, muerte prematura o hasta el suicidio.
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Es común, pues, que veamos en las redes sociales casos de testimonios, consejos, advertencias y noticias sobre ambos problemas en estos tiempos de coronavirus. Pero qué tanto nos ha afectado la COVID-19, sabiendo que se calcula que, en promedio, los países destinan a la salud mental apenas el 2% de sus presupuestos de salud, y qué se puede hacer realmente para vivir mejor y con más plenitud.
En mayo de 2020 la ONU publicó el informe La COVID-19 y la necesidad de actuar en relación con la salud mental. Advirtió del agravamiento de los problemas de este tipo debido a la pandemia y a la falta de inversión en salud mental a escala mundial.
La COVID-19 y la necesidad de actuar en relación con la salud mental
Salud mental y COVID-19
La salud mental es considerada un estado de bienestar en el que la persona puede afrontar el estrés que implican las diferentes situaciones de la vida, desarrollarse, cumplir con sus funciones y disfrutar, compartir, relacionarse…
De acuerdo con el informe antes mencionado, la situación de la salud mental en el mundo ya era grave desde antes de la pandemia. De ahí que el texto dé los siguientes datos:
- “La economía pierde más de 1 billón de dólares estadounidenses cada año debido a la depresión y la ansiedad. (…)
- Más de la mitad de los trastornos mentales empiezan a partir de los 14 años y el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 y 29 años. (…)
- Las personas con trastornos mentales graves fallecen entre 10 y 20 años antes que la población general (…)
- Menos de la mitad de los países afirman que sus políticas en materia de salud mental se ajustan a las convenciones de derechos humanos (…)
- En países de ingresos bajos y medianos, entre el 76 % y el 85 % de las personas con trastornos mentales no reciben ningún tratamiento para su enfermedad, a pesar de que esté probado que se puede intervenir de forma eficaz en cualquier contexto de recursos”.
Así, en algunos países ha habido un índice más alto de lo normal en cuanto a los casos de depresión y ansiedad. Tal es el caso de la región de Amara, en Etiopía, África, donde, de acuerdo con un estudio de abril de 2020, había una tasa de prevalencia del 33% de síntomas que concuerdan con la depresión. Esa cifra, afirmó el informe de la ONU, triplica los cálculos para Etiopía antes de la pandemia.
“Menos de la mitad de los países afirman que sus políticas en materia de salud mental se ajustan a las convenciones de derechos humanos”
Informe La COVID-19 y la necesidad de actuar en relación con la salud mental
Una de las consecuencias de esta situación se ve tanto en la posibilidad de que haya un mayor consumo de alcohol, drogas o tabaco como de un incremento en el número de suicidios.
El consumo nocivo de sustancias como el tabaco o los opioides empeora la depresión y la ansiedad. Mayo Clinic, organismo de investigación científica y de atención médica de Estados Unidos, apunta que probablemente estas personas tendrán peores resultados si se enferman de COVID-19, puesto que dichas sustancias pueden dañar la función pulmonar y debilitar el sistema inmunitario, lo que lleva a afecciones crónicas como las enfermedades cardiacas y pulmonares, que, a su vez, incrementan el riesgo de complicaciones graves por el nuevo coronavirus.
“Según estadísticas del Canadá, durante la pandemia ha aumentado un 20 % el consumo de alcohol en la población del país de entre 15 y 49 años”, dijo la ONU.
Asimismo, reseñó los efectos de la COVID-19 en la salud cerebral:
- “La COVID-19 puede provocar manifestaciones neurológicas, como dolores de cabeza, pérdida del olfato y el gusto, inquietud, delirios, apoplejías y meningoencefalitis.
- Las enfermedades neurológicas subyacentes aumentan el riesgo de COVID-19, especialmente en el caso de adultos mayores.
- Es probable que el estrés, el aislamiento social y la violencia en el ámbito familiar afecten a la salud cerebral y al desarrollo de los niños y los adolescentes.
- El aislamiento social, la escasa actividad física y la escasa estimulación intelectual aumentan el riesgo de deterioro cognitivo y demencia en adultos mayores”.
Además de las consecuencias ya mencionadas, han disminuido los servicios de salud mental en los centros asistenciales, comunitarios y académicos de los países a causa de la falta de transporte, de una prestación mayor de la atención a los pacientes contagiados, de la falta de personal sanitario, el confinamiento, el miedo al contagio, el abandono de personas… Por tanto, han cobrado un mayor auge la teleasistencia y la telepsicología, aunque cabe destacar que no es así en todos los países ni en todos los estratos sociales, niveles culturales ni grupos etarios.
En este sentido, la OMS añadió que, partiendo de otro estudio que abarcó a 130 países, la COVID-19 ha afectado o paralizado los servicios de salud mental esenciales del 93% de los países, al tiempo que aumenta la demanda.
Finalmente, hay un dato que también es de suma relevancia. El estudio, citando a la International Long-Term Care Policy Network, agregó que alrededor de la mitad de las muertes relacionadas con la COVID-19 en Australia, Bélgica, Canadá, Francia, Irlanda, Noruega y Singapur corresponden a residentes de centros de atención prolongada. En estos, la tasa de mortalidad oscila entre el 14% y el 64%, y muchos de ellos son centros que atienden a pacientes con demencia.
Han disminuido los servicios de salud mental en los centros asistenciales, comunitarios y académicos de los países a causa de la falta de transporte, de una prestación mayor de la atención a los pacientes contagiados, de la falta de personal sanitario, el confinamiento, el miedo al contagio, el abandono de personas…
¿Qué hacemos? ¿Cómo nos protegemos ante los efectos de la COVID-19?
Ante todo, hay que cuidarse uno mismo. Y si uno se sabe cuidar, está en la capacidad de hacerlo con los demás partiendo de información veraz, paciencia y amor.
Por ello, hacemos las siguientes recomendaciones:
. Dormir lo suficiente y seguir un horario normal si se está en casa.
. Ejercitarse regularmente. La actividad física y el ejercicio pueden contribuir a disminuir la ansiedad y a mejorar el estado de ánimo, a incrementar la energía y la concentración.
. Alimentarse equilibradamente y tomar agua. Evitar comida chatarra y azúcar refinada. Además, limitar el café: este puede agravar el estrés y la ansiedad.
. Decirles no al tabaco, al alcohol y a las drogas.
. Mantener la misma rutina de siempre: planificar, cumplir y no procrastinar.
. Limitar el tiempo frente al televisor, la computadora, el teléfono, la tableta. Tratar de pasar menos tiempo frente a esos dispositivos y hacerlo también 30 minutos antes de acostarse a dormir. Mantenerse activo y evitar el sedentarismo.
. Relajarse mediante actividades como la meditación, el yoga, un buen baño, la música, la contemplación, la oración.
. Mantener relaciones sanas y enriquecedoras. Seguir en contacto con los seres queridos y amigos, así sea a distancia.
. Evitar la sobreinformación, los rumores y la desinformación. No compartir información falsa ni de dudosa procedencia que pueda acentuar el miedo, la incertidumbre, la estigmatización y la discriminación. Por ende, los ataques.
. Concentrarse en los pensamientos positivos, que vigorizan la fortaleza interior y ayudan a enfrentar las adversidades.
. Pedir ayuda si se sabe que se necesita y colaborar con el prójimo.
. En el caso de los niños, jugar con ellos, practicar ejercicio, hacer que mantengan la disciplina con sus labores del colegio, aunque sean a distancia, y explicarles con términos claros y sencillos qué está ocurriendo con la COVID-19.
. En el caso de las personas con discapacidad, aprender a conocer sus necesidades y cómo satisfacerlas. Tener paciencia y tolerancia.
. En el caso de las personas mayores, ayudarlas a no sentirse nerviosas ni excluidas, solitarias, y ofrecerse, en la medida de las posibilidades, para asistirlas en sus necesidades. La idea es que no se expongan, pero sin caer en el terror ni en el alarmismo.
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