La familia, entre la funcionalidad y la disfuncionalidad
La familia es el centro del desarrollo de la persona; sus cimientos y evolución. Por eso, es un sistema de valores, ideas, patrones de conducta y modos de relaciones y comunicaciones que marcan la forma de ser de cada miembro.
Sin embargo, no siempre la familia, ese nido en el que nos abrigamos, crecemos y proveemos; donde, en principio, nos deberíamos sentir seguros, aceptados y al que pertenecemos, funciona correctamente como un todo compacto y cohesionado.
Ello se debe a diferentes razones, que pueden ser la misma crianza de los padres y los modelos que recibieron de parte de sus padres o cuidadores principales; el modelo estructurado o desestructurado en el que vivieron; la violencia, la pobreza, el abandono, las adicciones, los problemas de salud mental, las ideas (o prejuicios) que tengan sobre casos como la homosexualidad o la discapacidad, etc.
De ahí que haya lo que se conoce como familias funcionales y familias disfuncionales, y cómo cualquiera de los dos tipos influye y condiciona nuestra propia familia (y hasta la personalidad), la idea que tengamos de ella, del amor, y de la figura de padres, hermanos y pareja (el matrimonio, por ejemplo, y su duración y estabilidad), y nuestra forma de comportarnos y relacionarnos con los demás.
De ahí también que se repitan patrones de conducta o maneras de pensar que puedan afectar o beneficiar a los hijos, y que si son nocivos y no se cambian, aun cuando se pueda hacer de forma consciente, objetiva y con propósito, se arrastren problemas que sigan perjudicando a otros y a la sociedad en general.
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De hecho, las malas o buenas relaciones familiares pueden incidir en la salud física, mental y emocional de cada persona, aun cuando no siempre sus secuelas se vean en el momento, sino a mediano o largo plazo.
Así, está el caso de los problemas alimentarios, las adicciones (y las conductas riesgosas, entre ellas, las sexuales), las enfermedades cardiovasculares, las enfermedades gastrointestinales, el estrés y la depresión, los cuales muchas veces no son tratados a tiempo. Estos pueden, asimismo, deteriorar el organismo, la calidad de vida y el bienestar general del individuo y el de su propio núcleo familiar.
A su vez, se pueden presentar otros problemas, tales como los accidentes, las lesiones, los delitos, las malas relaciones con los vecinos, la falta de concentración, el bajo rendimiento laboral o estudiantil, el miedo de que algo (alguna tragedia) suceda en casa, las huidas del hogar, los abortos, los suicidios, la soledad o la tendencia a no mantener relaciones de pareja, etc.
Por ello, es muy importante tomar cartas en el asunto y evitar males mayores, dado que en esencia la familia es incluso el primer punto referencial del ser humano, su pilar y motor.
Familias funcionales y familias disfuncionales
“La familia como grupo social debe cumplir funciones básicas que son: la función económica, la biológica y la educativa, cultural y espiritual, y es precisamente uno de los indicadores que se utilizan para valorar el funcionamiento familiar, o sea, que la familia sea capaz de satisfacer las necesidades básicas materiales y espirituales de sus miembros, actuando como sistema de apoyo. Sin embargo, para hacer un análisis del funcionamiento familiar, creemos necesario verlo con una perspectiva sistémica, pues la familia es un grupo o sistema compuesto por subsistemas que serían sus miembros y a la vez integrada a un sistema mayor que es la sociedad”, afirmó la especialista principal de psicología, Patricia María Herrera Santí, en el artículo La familia funcional y disfuncional, un indicador de salud, y quien se basó en otros autores.
Agregó que el nexo entre los miembros de una familia es tan estrecho que casos como las enfermedades pueden repercutir en el todo y afectarla, incluso, en su modo de vivir.
“El nexo entre los miembros de una familia es tan estrecho que la modificación de uno de sus integrantes provoca modificaciones en los otros y en consecuencia en toda la familia. Por ejemplo: la enfermedad de uno de sus miembros altera la vida del resto de los familiares quienes tienen que modificar su estilo de vida para cuidar al familiar enfermo”, señaló.
En este sentido, una familia funcional, es decir, aquella en la que están bien definidos y compartidos los roles, las reglas y los límites; hay comunicación, apoyo, y buenas relaciones pese a las dificultades y diferencias…, está en la capacidad de actuar como un grupo fuerte, consolidado, en el que cada integrante aporte su ayuda (de cualquier manera posible) para contribuir a la salud del pariente y el enfrentamiento airoso del problema (o de cualquier otra situación) por parte de todos como un equipo.
Pero cuando la familia no está bien cohesionada y priman situaciones como la violencia, el irrespeto, la separación, la humillación, las imposiciones, la indolencia y la falta de comunicación es probable que algunos de sus miembros se desentiendan (habiendo una enfermedad o no) y dejen toda la carga en uno solo o en varios, lo que conlleva una mayor división, resentimiento y dolor.
Por otra parte, Herrera Santí acotó que el funcionamiento de la familia se mide por medio de factores como la capacidad de adaptación a los cambios; el cumplimiento eficaz que ejerzan de las funciones económica, biológica y espiritual; el que cada uno de sus integrantes pueda desarrollarse personal y autónomamente; el que haya buena comunicación, y el que las reglas y los roles estén claros (y que sean flexibles) para la solución de los conflictos.
En este sentido, es muy importante que en la familia haya resiliencia para enfrentar las situaciones como grupo; de lo contrario, la carga para uno solo o unos pocos es muy grande; complementariedad entre todos sus componentes, de manera que si alguno de ellos no puede aportar en un momento dado o muere, por ejemplo, el padre o la madre, los demás sí hagan todo lo posible por avanzar; que nadie se sienta cohibido de expresarse tal y como es, pero que tampoco haya sobreprotección, abandono ni preferencias; y que no prevalezcan situaciones nocivas como la dominación, el miedo y el autoritarismo.
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El buen o el mal manejo del funcionamiento familiar pueden mermar la seguridad que cada uno de sus miembros sienta de sí mismo, el saberse aceptado, el ser muy dependiente o independiente, y la idea (la referencia) que cada uno tenga de los demás.
¿Qué se puede hacer para mejorar el funcionamiento familiar?
Es posible mejorar las relaciones familiares. Lleva tiempo curar las heridas, pero si hay disposición y el deseo de funcionar como una familia realmente, sí se puede.
A continuación, hacemos algunas recomendaciones para ello.
- Sé objetivo y consciente de aquellos comportamientos, actitudes y situaciones que se deben cambiar tanto de tu parte como de parte de los demás miembros de la familia. De esa manera, podrás tener la capacidad de evitar lo que no funciona, y darle cabida a lo que sí. Sin embargo, la colaboración debe ser de todos. No basta con que uno solo cambie o trate de hacerlo si los demás no lo hacen.
- A veces, en realidad, no se está tan consciente de alguna conducta, actitud o idea que se albergue, sino cuando ocurre alguna situación que lleva a abrir los ojos y recapacitar. Por ejemplo, la violencia entre la pareja o la violencia con los hijos. Pues, las personas pueden negarse ―o no― a repetir los patrones aprendidos que no funcionen y que sean nocivos para todos.
- Evita aquellas situaciones, por ejemplo, las adicciones, que pueden originar serias dificultades. Si sientes que necesitas ayuda, pídela. Es muy importante recibir asistencia oportuna y saber que no se está solo, pues hay otras personas que están viviendo el mismo problema pero que también están trabajando por recuperarse.
- Es fundamental desahogarse y saber manejar las emociones para no acumular sinsabores, dolor, rabia, ansiedad y nerviosismo que puedan afectar la salud.
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