Efectos de la guerra en el ser humano
Situaciones delicadas y estresantes como las guerras internas y externas, la violación de los derechos humanos, las persecuciones, las desapariciones, el exilio y la discriminación, etc., pueden perjudicar tanto la salud física como mental de las personas.
Hoy en día, cuando aún sigue la guerra entre Ucrania y Rusia (empezó el 24 de febrero de este año), la población residente de Ucrania (y de la misma Rusia y de países vecinos) puede necesitar de atención física y psicológica, que especialistas, por ejemplo, están dando de manera presencial u online.
Sin embargo, reportes anuncian que habitantes de Ucrania se enfrentan, entre otros inconvenientes, y en unos sitios más que en otros, con el desabastecimiento y el ataque contra centros de salud, el bloqueo de vías, lo que acentúa aún más el aislamiento de las personas, sobre todo en poblados y áreas rurales; la falta de servicios básicos, de alimentos y fuentes de empleo, además de denuncias de ejecuciones, ataques, homicidios, violaciones, desapariciones, torturas, pérdidas de miembros del cuerpo, lesiones, etc.
Algunos de los efectos de este tipo de situaciones en la salud mental son los traumas y el trastorno de estrés postraumático, la depresión, la ansiedad, el consumo abusivo de drogas (incluyendo medicinas y alcohol), los problemas del sueño y el trastorno de adaptación.
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Dichos efectos pueden incidir en las personas de cualquier edad: desde los niños y, en especial, aquellos que están en orfanatos, internados o en otros centros, hasta los adultos mayores.
Sin embargo, todos, y particularmente aquellos que presentan condiciones de salud mental y/o física, las personas con discapacidad, las mujeres embarazadas, el personal sanitario, psicológico, social; los defensores de derechos humanos, los políticos y funcionarios, los periodistas y los cuerpos de seguridad y defensa se ven expuestos o más perjudicados aún por la crisis que se sigue viviendo.
Esta ha implicado, entre otras consecuencias, los desplazamientos dentro del mismo país, la búsqueda de refugio dentro y fuera de Ucrania, la separación y la incomunicación de las familias, la pérdida de viviendas o de puestos de empleo, el tener que lidiar con las bajas temperaturas pero sin suficiente protección, y el miedo a perder la soberanía, los recursos, las libertades y hasta las empresas del país.
También, el enfrentamiento del estrés y de manifestaciones físicas, cognitivas o emocionales, tal es el caso de dolores de cabeza, dolores de estómago, problemas cardíacos, déficit de atención, concentración y memoria, pesadillas, malos recuerdos recurrentes, angustia, ira, llanto, ataques de pánico, desesperanza…
La guerra y sus efectos en los niños
Para mayo de este año, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) publicó que antes de que estallara la guerra en Ucrania, los orfanatos, los internados y otras instituciones ucranianas acogían a más de 91.000 niños, cuya mitad (más o menos) enfrentaban algún tipo de discapacidad. Sin embargo, luego de que comenzara la guerra, agregó Unicef, solo un tercio de ellos había regresado a sus casas, incluyendo a los evacuados del este y del sur, dos de las zonas más golpeadas por los ataques.
“Decenas de miles de niños o niñas que viven en instituciones o en hogares de acogida han sido devueltos a sus familias, muchos de ellos de forma precipitada, al comenzar la guerra. Muchos no han recibido la atención y la protección que necesitan, especialmente los niños con discapacidades”, afirmó Aaron Greenberg, asesor regional de protección infantil de Unicef para Europa y Asia Central.
Asimismo, Unicef condenó la muerte de niños en los bombardeos y advirtió que otros muchos han sufrido graves traumas que están relacionados con la experiencia directa de la violencia física y mental.
“A pesar de todo, el asesor de Unicef señaló que gracias a su natural resiliencia, muchos niños afectados ‘se recuperarán’ si pueden volver a la escuela y empezar a sentir cierta normalidad en sus vidas. Otros necesitarán un apoyo psicológico mayor, mientras un número más pequeño, pero importante, presentará síntomas de trastorno de estrés postraumático, generalmente después de dos a cuatro meses de su experiencia. Este grupo necesitará un apoyo intensivo de un conjunto de profesionales dedicados”, dijo la ONU.
Por su parte, el Mental Health Europe (MHE) indicó, según nota de prensa reseñada por Infocop Online, del Consejo General de Psicología de España, que “los acontecimientos inesperados que amenazan la vida, los conflictos y las guerras tienen inmensas consecuencias en la salud mental y el bienestar, especialmente en los niños y en los jóvenes. Ser testigo de estos conflictos provoca traumas, sobrepasa a las víctimas y tiene un profundo impacto en muchas áreas de la vida del niño. Las guerras y los conflictos pueden provocar una mezcla tóxica de estrés y problemas de salud mental y física durante la infancia y más allá”.
Asimismo, dijo que, de acuerdo con estudios, las experiencias adversas en la infancia están muy relacionadas con la salud física y mental de los adultos; que existe un amplio conjunto de investigaciones sobre el impacto de la guerra en el desarrollo cognitivo de los niños, la salud física y mental, y el bienestar, y que mientras más largo es el conflicto, mayores serán los efectos negativos en los niños (y en la población en general).
El antes, el durante y el después de la guerra
Hay que tener presente que una persona que vive una situación de guerra se enfrenta, primero, a una serie de emociones, sentimientos, pensamientos y conductas en fases como el antes, el durante y el después de que esta ocurra.
Antes de que suceda, la persona puede presentar manifestaciones como miedo, incertidumbre, rabia por lo que viene, deseo de luchar o de huir, deseo y necesidad de protegerse o de proteger a los demás, nerviosismo y preocupación por otros que estén en zonas alejadas, etc.
Durante el conflicto, por otro lado, también puede presentar diferentes emociones y conductas o ideas (o incluso las mismas pero más acentuadas), tales como la necesidad de entender la situación y el cambio de vida que implica una guerra, el duelo por la muerte de algún conocido o pariente, el temor de que otros (o de que él o ella misma) fallezcan, resulten lesionados, amputados, apresados, desaparecidos, etc., la incertidumbre al no saber qué hacer, qué va a pasar, cuándo se va a terminar el problema, a quién acudir, cómo cubrir las necesidades, a dónde irse o si permanecer en casa, y cómo explicarles el conflicto a los demás, incluyendo niños; la rabia o la impotencia en contra del considerado atacante o enemigo, el deseo de que se haga justicia, la vergüenza, la culpa, la dificultad de adaptarse a otro ambiente, cultura, costumbres, idioma y hasta religión tanto dentro como fuera del país, el miedo hacia el futuro…
A su vez, la persona también puede vivir emociones, conductas y pensamientos diferentes una vez que ha concluido el conflicto (o que ha salido de este), esto es, la necesidad de reconstrucción dentro del mismo territorio o de adaptación a una nueva vida, el enfrentamiento de las secuelas psicológicas y físicas, la recuperación integral del individuo y la familia, la reunificación, el sentimiento de desesperanza y ruina…
En el caso específico de los refugiados, que buscan sobrevivir en otros países y quienes pueden verse expuestos a la discriminación, el racismo y el estigma, entre otros obstáculos, puede darse, según el grupo Psicólogos de Málaga, lo que se conoce como el síndrome de la persona refugiada.
“Tras la llegada a otro país, estas personas deben enfrentarse a una nueva vida, sin trabajo, sin hogar, sin algunos miembros de su familia, y en la mayoría de las ocasiones sin alimentos suficientes. Además de esta cruda realidad, pueden desarrollar el llamado síndrome de la persona refugiada, un proceso psicológico que pasa por un periodo de incubación en el que no padecen ninguna sintomatología grave pero que da la cara cuando comienzan a rehacer su vida. Esto se ve a través de sentimientos de culpa por sobrevivir, fracaso vital, desesperanza y una actitud de desconfianza hacia otros. Además, algunas de estas personas se enfrentan con miedo al regreso, si es que pueden, a ser rechazadas por la población autóctona y a una nueva adaptación en su propio país”, afirmó.
También podría surgir el miedo al fracaso o a que otros los tilden de fracasados, pues, una vez que se han ido de su tierra, volver puede ser considerado como tal.
Por otro lado, hay que tomar en cuenta las necesidades físicas, emocionales y mentales de aquellas personas que afrontan enfermedades o discapacidades, y que no acceden a tratamientos o a atención oportuna, bien dentro del mismo país, bien en el exterior. Asimismo, hay que tener presente que el mundo sigue atravesando la pandemia de la COVID-19 desde marzo de 2020 y todo lo que ello ha acarreado y sigue acarreando, lo que empeora la situación de esta personas, es decir, aislamiento, confinamiento, distanciamiento social, miedo, enfrentamiento de contagios, enfermedades o la agudización de estas, duelo, adicciones, estigma, dificultad de adaptarse…
A su vez, la misma población rusa, en específico, enfrenta una serie de situaciones delicadas, entre las cuales se pueden mencionar el miedo a que los acusen de manera generalizada de ser los causantes del conflicto con Ucrania y a que los rechacen o los agredan por esa razón.
¿Qué se necesita?
En situaciones como esta se ponen a prueba aspectos tan importantes en la vida como la resiliencia, es decir, la capacidad de hacerles frente y de superar los problemas; la empatía, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de entenderlo y ayudarlo; la comunicación, la disposición a pedir ayuda cuando se necesita y a darla, y la solidaridad.
A su vez, es muy importante toda asistencia física, social y psicológica especializada, accesible y oportuna para aquellos que la requieran, pero también a aceptarla y no sentir vergüenza o el peso del estigma (ni estigmatizar a otros) por hacerlo, y contribuir a que se recuperen, vean el futuro con más optimismo y se fortalezcan ante la que en este momento puede ser una adversidad y mucha incertidumbre, dolor y sentido de pérdida y ruina, pero que más adelante pasará.
Asimismo, es crucial que las personas actúen mancomunadamente, se protejan entre sí, se mantengan comunicados y unidos; que traten de no sobreproteger y de controlar el estrés, al menos, en la medida de lo posible mediante ejercicios de respiración, actividades que les permitan distraerse y sentir más confianza tanto en ellos mismos como en el prójimo, de manera que sepan que sí pueden superar la situación; la práctica de ejercicios, así sea dentro de casa, etc., y no sobresaturarse de noticias (o buscar las mejores fuentes de estas) ni de rumores.
Por otro lado, los que están lejos de los sitios donde hay guerras podrían no entender la magnitud y los efectos de los que sí las viven, pero no por eso se debe caer en la apatía, el desinterés o la banalización de su dolor y necesidades físicas, mentales, emocionales, económicas y laborales.
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