Skip to main content

La ideología de la prevención

Escrito por José Altamirano en .

En 1982 una niña le preguntó a la primera dama estadounidense lo que debía hacer si le ofrecían drogas. Nancy Reagan respondió con un austero: “Just say no” (Loizeau, 1984, p. 104). Este imperativo sería el lema de una gran campaña de prevención de abuso de drogas enmarcada dentro de la llamada “Guerra contra las drogas”, cuyas políticas incluían la prohibición y penalización de su uso, e incluso la ayuda e intervención militar estadounidense en varios países.

Ecuador se alejó de esa política de criminalización con la Constitución del 2008. El Estado despenalizó el consumo de drogas y definió a las adicciones como “un problema de salud pública” (Artículo 3641). El énfasis en la prevención se mantuvo. Actualmente, el objetivo primordial del CONSEP (Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas), entidad encargada de ejecutar la política concerniente a las drogas, es “Generar y acompañar procesos participativos de prevención integral, en el tema de las drogas, con un enfoque centrado en los sujetos y su buen vivir”2. Ahora bien, si solo un 0,6% de la población adulta mundial presenta un “consumo problemático” de drogas3, entonces, ¿la gran mayoría de los recursos no debería destinarse a la prevención en lugar de al tratamiento?

Dejando de lado la inmensa discusión que implicaría problematizar lo que se entiende por el término “tratamiento”, me pregunto: ¿qué implica la idea de prevención? Prevenir significa anticipar la presencia de algo potencialmente dañino con el fin de evitar su aparición (en este caso el “consumo problemático”) ¿Cuál es el método para lograrlo? En resumidas cuentas consiste en que alguien, investido con un cierto tipo de autoridad, explique las razones (educación e información) por las que no se debe abusar de las drogas y que otro, basado en su raciocinio consciente, rechace dicha conducta.

La prevención hace eco de la idea iluminista que creía que el hombre cambiaría a través del conocimiento. Sin embargo, la idea de que el hombre cambiaría por el simple hecho de que se le dice que cambie ha sido la estrategia de todo discurso religioso, político, educativo, e incluso científico (o “cientificista”). Se trata de un ideal de dominio que ha atravesado la historia entera, un mismo ideal de amo enmascarado en formas distintas.

La prevención consiste en decir lo que se tiene que hacer, imponer un imperativo categórico, y no se excluye que se lo haga por el bien del semejante, de hecho nunca se formula de otra manera. Esta imposición no consiste en amedrentar sino en algo mucho más sutil: sugestionar. ¿Qué nos puede enseñar el psicoanálisis sobre la sugestión? La sugestión posthipnótica, el hecho de obedecer una orden del hipnotizador, sin recordar el contexto en el que se produce la misma4, atestigua la existencia de ideas carentes de consciencia pero con la intensidad suficiente como para producir un acto, un acto determinado por la voluntad de otra persona (Cf. Freud, 2004a, p. 272). Ahora bien, la sugestión no es un privilegio de la hipnosis, también se la encuentra en todas las formaciones de masa e incluso puede ser considerada “un hecho básico de la vida anímica de los seres humanos” (Freud, 1992, p. 85). Todos obedecemos, sabiéndolo o no, órdenes que vienen de otro lugar, y eso por el simple hecho de que antes de hablar por cuenta propia hemos sido “hablados” (entiéndase “sugestionados”) por otros.

¿Qué busca entonces la prevención? Siendo más precisos podríamos decir que busca contrasugestionar: cambiar una orden por otra de la misma manera en que se reprograma un ordenador cambiando su software. Sin embargo, cuando la nueva sugestión se debilita (por ejemplo cuando el amor hacia el líder de una secta desfallece al revelarse este último como un estafador) nada impide que la anterior cobre toda su fuerza. Es ahí cuando el “alcohólico” redimido por el poder de la palabra sagrada retoma sus hábitos demoniacos.

Sin negar que contrasugestionar, informar, o reeducar emocionalmente sean, bajo ciertas circunstancias, un esfuerzo remarcable e incluso necesario, el psicoanálisis nos presenta argumentos para relativizar la eficacia y señalar los peligros de estas formas de abordar el problema.

Freud rechaza la idea de que el ser humano buscaría espontáneamente su bien. No en vano existen casos en los que el consumo de una sustancia se repite incluso cuando no se siente ya ningún placer en ello: “lo que nos interesa en tanto que repetición y que se inscribe por una dialéctica del goce, es propiamente lo que va contra la vida” (Lacan, 1991, p. 51). Freud descubre que las contingencias dolorosas que se eternizan en lo inconsciente se reactualizan en tendencias que hacen daño y que reclaman su cuota de satisfacción independientemente de los ideales que se usan para combatirlas. También descubre la resistencia al tratamiento como “una fuerza que se defiende por todos los medios contra la curación y a toda costa quiere aferrarse a la enfermedad y al padecimiento” (1991a, p. 244). ¿Creemos en serio que los así llamados “adictos” no saben conscientemente que su conducta es dañina?

Lee nuestro artículo: La adicción, consecuencias para la salud mental

Inyectar al paciente un saber cualquiera, por más autorizado que esté por los discursos dominantes, es inútil desde la perspectiva de relacionar al sujeto con lo no-sabido de su historia. El testimonio de los pacientes no dice otra cosa: el consumo está asociado al fracaso del trabajo del inconsciente. Este fracaso se manifiesta sobre todo cuando el sujeto es convocado a responder por su condición de ser sexuado, cuando se pone en juego algo en relación a la castración y a la falta. No es raro entonces que el alcohol sea el compañero de las penas de amor o de los fracasos profesionales. Para algunas personas el amor por la botella es sin duda una forma de responder a lo que fracasa en el amor por la pareja o por el trabajo.

La repetición misma está en proporción directa con un rechazo al saber inconsciente: “el analizado no recuerda absolutamente nada de lo olvidado y reprimido, él lo actúa (…) lo repite, naturalmente sin saber que lo repite” (Freud, 2004c, p. 152). Por eso, si el analista “consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que el paciente preferiría descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura” (Ibíd., p. 155). Si se toma en cuenta la importancia de la relación del paciente con las implicaciones su propio decir, entonces “se resignaría el vano empeño por convencer al enfermo sobre el desvarío de su delirio, su contradicción con la realidad objetiva, en cambio se hallaría en el reconocimiento de ese núcleo de verdad un suelo común sobre el cual podría desarrollarse el trabajo terapéutico.” (Freud, 1991b, p. 269)

El psicoanálisis no busca contrasugestionar sino, más bien, de-sugestionar. Es una estructura discursiva que no prescribe un nuevo ideal, sino que produce lo que lo comanda, que aísla la causa. Para Lacan “el discurso psicoanalítico se encuentra muy precisamente al polo opuesto del discurso del amo” (1991, p. 100). No por nada Freud dejó de servirse de la hipnosis y se puso al servicio de una asociación libre que nos enseña la sumisión del sujeto a una cadena significante, cuyos eslabones faltantes son restituidos en el trabajo de la cura. El padre del psicoanálisis decía algo que es difícil de soportar para los ideales de omnipotencia: que “ni en virtud de una actividad mental como la reflexión, ni de un esfuerzo de atención y de voluntad, se resolverán los enigmas de la neurosis, sino sólo por la paciente obediencia a la regla psicoanalítica que ordena desconectar la crítica a lo inconsciente y sus retoños” (Freud, 2004b, p. 119). Freud sentía una “sorda hostilidad ante esa tiranía de la sugestión” ejercida en “una relación entre una persona de mayor poder y una impotente” (1992, p. 109). Él reconocía que la transferencia era el motor de la cura analítica, “en lo cual no se distinguía de la sugestión, pero también que ese poder no le daba salida al problema sino a condición de no utilizarlo” (Lacan, 2008, p. 570). El analista no se sirve de ese poder, sino que lo pone al servicio de la producción aquello que ha comandado el goce del sujeto sin que él mismo lo supiese.



En el análisis hay una puesta en relación de dos significantes: el significante bajo el cual el síntoma se manifiesta (S2) y el significante latente, su causa, el significante del recuerdo traumático reprimido (S1). Si el goce está comandado por el significante reprimido, entonces cabría preguntarse si al ampliar las fuentes de información, o al explicar los peligros o lo dañino de una conducta adictiva, se podría afectar su causa. ¿Se puede prevenir a alguien de los problemas que le podrían llevar a escoger el alcoholismo como modo de goce? Es que si pensamos que el goce es una respuesta frente al rechazo de una tramitación simbólica de las problemáticas histórico- vivenciales, si “la verdad halla en el goce cómo resistir al saber” (Lacan, 1988, p. 52), forzosamente habrá que admitir que la intervención profiláctica, centrada en el fenómeno como tal o en premisas educativas, se reducirá a imponer las aspiraciones del terapeuta, educador, etc., y rechazará lo que para el psicoanálisis es lo primordial: la palabra singular del paciente.

Una diferencia fundamental entre psicoanálisis y medicina es la transferencia de la suposición de saber: quién sabe no es el médico, sino lo inconsciente. Si el objetivo del tratamiento es la producción de los significantes-amo (S1) y si ellos se habrán producido solo en desarrollo de la cura, entonces quien escucha solo puede limitarse a orientar esa producción, puesto que de ellos nada sabe ni siquiera el paciente mismo.

A Freud se le acabó pronto su esperanza en la acumulación de saber como modo de curación. Incluso si se trataba de la experiencia traumática vivenciada efectivamente por el enfermo, si ella le era contada al médico por otra persona, como un familiar por ejemplo, dicho relato no producía ningún efecto además de provocar un acrecentamiento de la resistencia: “El paciente escucha, sí, (…) pero no hay eco alguno (…) Uno ha aumentado el saber del paciente, sin alterar nada más en él.” (Freud, 1991a, p. 236)

Ahora bien, la solución propuesta a un problema determinado nos da idea de la concepción que esta tiene de aquel. Si la solución es la prevención, entonces necesariamente se dejará de lado la posibilidad de intervenir sobre los resortes subjetivos capaces de transformar el goce ligado al consumo, en algo que ya no sea la repetición de la misma pérdida, del mismo fracaso. La política pública reproduce, sin saberlo, los presupuestos de todo discurso que no pueda incorporar aquello que implica el concepto de inconsciente sin perder su coherencia. Por ejemplo: los presupuestos de la psicología de la consciencia o de la conducta.

En la medida en que la prevención se limita al fenómeno y desconoce la estructura, la prevención no es sino una ideología. Esta se caracteriza por no cuestionarse los presupuestos que la sustentan y que fundan la relación a la realidad para los individuos por ella interpelados. Ellos ejecutan los presupuestos ideológicos de la misma manera en que el hipnotizado ejecuta la orden del hipnotizador, sin contar con una representación consciente de dicha orden. El reconocimiento ideológico da solamente la “consciencia” de esta práctica incesante, pero no “el conocimiento (científico) del mecanismo de este reconocimiento” (Althusser, 2005, p. 54). La prevención aparece como una solución puesto que no se cuestionan los presupuestos que la fundamentan, a saber que las adicciones serían un problema de conducta, de falta de información o educación, etc.

Ahorrarnos la crítica de la ideología es una forma segura de reforzar su condicionamiento: cuando se anula posibilidad de producir un significante amo (S1), este no desaparece. Al contrario, él regresa bajo la forma de un imperativo de goce que es a su vez atacado con otra imposición: las políticas de criminalización o de educación.

Criticar la ideología es una apuesta por replantear el problema y el requisito necesario para salir de este círculo vicioso. Los conceptos del psicoanálisis permiten desarmar los impases de la ideología de la prevención (que nos previene sobre todo de la emergencia del sujeto del inconsciente). Si los dejamos de lado, nos limitaremos a oponer sin fin el “Just say no!” de la prevención al “Just do it!” de la adicción.


1 http://www.asambleanacional.gov.ec/documentos/constitucion_de_bolsillo.pdf (p.167)
2 http://www.consep.gob.ec/mision/
3 Naciones Unidas, “Informe mundial sobre las drogas 2012”, en: http://www.unodc.org/documents/data- and-analysis/WDR2012/Executive_summary_spanish.pdf
4 Por ejemplo: se le ordena al hipnotizado que, al salir del estado hipnótico él deberá emitir una palabra determinada cada vez que escuche un chasquido. El hipnotizado lo hace, pero no recuerda haber escuchado la orden del hipnotizador y explica su conducta a través de racionalizaciones.

Acoso Escolar Adicciones Adultos mayores Alcohol Alzhéimer Ansiedad Autoestigma Bullying COVID-19 Depresión Discalculia Discapacidades Discapacidad intelectual Dislexia Divorcio Drogas Duelo Ecuador Emociones Empatía Empleo Esquizofrenia Estigma Estilo de vida Estrés Factores psicosociales en el trabajo Familia Habilidades sociales Hijos Lectura Mindfulness Mujer Perfiles Problemas de atención y aprendizaje Psicoeducación Psicología Psicoterapia Psicólogos en Quito Párkinson Resiliencia Riesgos psicosociales en el trabajo Salud física salud mental Superar TDAH

Artículo Anterior


Suscríbete a nuestro boletín de noticias:

Compartir