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La empatía salva vidas, el estigma las destruye 

Escrito por Superar en .

Escrito por  Cynthia Vivas 

Mi nombre es Cynthia Mireya Vivas Salcedo, soy egresada de la carrera de Psicología Clínica de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, actualmente me encuentro en proceso de titulación cuyo tema de disertación abarca la adolescencia y la conformación de nuevas tecnologías como objetos transicionales. Hice mis prácticas internas en el Centro de Psicología Aplicada donde de forma virtual se atendieron casos subyacentes de la época del COVID y de la misma forma realice prácticas institucionales en la Unidad de Reinserción Social Quito, donde trabaje con personas privadas de libertad en distintas áreas y proyectos psicosociales, ejecución talleres y contención emocional. 


¿Qué pasaría si por una vez la persona que está leyendo este escrito se pudiese poner en el lugar de alguien que padece algún tipo de enfermedad mental? La respuesta sería compleja, ya que, enfrentarse con algún padecimiento psicológico se distancia de cualquier otro tipo de enfermedad por la connotación que esta tiene en el medio social. A pesar de que hoy en día existe mayor apertura para acudir a profesionales de salud mental, pues, se valora cada vez más su importancia en distintos ámbitos cotidianos, esto no quiere decir que todos los tabús alrededor de este tema se encuentren completamente superados, lo que es una muestra evidente de que aún tenemos mucho por lo que trabajar como sociedad. El hecho de enfrentarse a una enfermedad mental conlleva a que la persona no solo tenga que hacerle frente a la sintomatología que se deslinda de atravesar por este diagnóstico, sino que también se enfrenta en reiteradas ocasiones al estigma y a las etiquetas que repercuten en gran medida al acceso a un tratamiento digno y a desempeñarse completa y eficazmente en campos como el educativo, laboral e interpersonal; de la misma forma es relevante analizar que en este proceso las personas pertenecientes a un grupo estigmatizado crean limitaciones en su propia percepción que alteran su identidad, lo cual, conlleva a que en ocasiones se sitúen en seria desventaja frente al resto, ubicándose exactamente donde este tipo de valoraciones negativas afectan su calidad de vida, convirtiendo al estigma en una problemática profunda con muchas aristas por considerar. 

Para empezar, es preciso reconocer que ninguna definición de estigma es general para todos los contextos, o aplicable de forma universal, sin embargo, las conceptualizaciones que se han realizado hasta hoy permiten evidenciar este término con mayor detalle desde perspectivas como el área social e individual, proporcionando conceptos fundamentales que permiten relacionar y diferenciar esta temática con términos como: la discriminación, exclusión y rotulación (Arnaiz & Uriarte, 2006). 

Así pues, para saber cómo el estigma afecta la calidad de vida de las personas primero hay que tener presente su raíz etimológica que proviene del griego στίγμα (stigma), el cual, en la época antigua hacía referencia una marca o huella realizada en el cuerpo de una persona con herramientas como el hierro candente, este componente visual denotaba que todos quienes portasen este signo estaban siendo castigados por un delito, traición o corrupción o que incluso tenían sobre sus hombros el peso de la esclavitud y por ende merecían un trato diferente a cualquier otra persona de la comunidad (González, 2019). 

De esta manera es evidenciable que a lo largo de la historia el estigma se interpreta como una cualidad que produce deshonra, y se concatena con la teorización realizada por Goffman (1963) cuando ubica este término como “…un atributo profundamente desacreditador” (p.13), de forma que, poseer un estigma se relaciona con la pertenecía de un rasgo diferente que es “… culturalmente inaceptable” e inferior, que conlleva sentimientos de vergüenza, culpa y humillación.” (Goffman, 1963 como se citó en Pedersen, 2009, p.3). 

Así pues, el estigma se constituye como una o varias características negativas que se construyen dentro de un contexto social, dinámico y cambiante en base a tres elementos que son en primer lugar los estereotipos, los cuales se atribuyen a las creencias compartidas de un grupo determinado que tiende a categorizar grupos sociales y que cuando es aceptada se convierte en reacciones emocionales negativas dando lugar a un segundo elemento como son prejuicios, esto a su vez da paso al último elemento que es la discriminación y que puede posibilitar una reacción conductual de rechazo hacia una persona a grupo especifico, provocando que se puedan visibilizar procesos de exclusión que junto con el poder social, económico y político abren paso a la estigmatización. (Arnaiz & Uriarte, 2006) (Ottati et al., 2005 como se citó en González, 2019). 

En este sentido para Goffman (1963), el estigma se distingue en tres grupos, el primero son las abominaciones del cuerpo donde se hace referencia a las malformaciones a nivel físico que pueden percibirse en una persona, el segundo son las huellas o manchas de carácter donde se encuentra la orientación sexual, la adicción y donde se ubican las enfermedades mentales y por último el estigma tribal que se da por etnia, origen o religión. Así pues, puede existir diferentes estigmas que incluso aparecen al mismo tiempo en una misma persona. Por ejemplo, bajo mi experiencia cuando se trabaja con personas privadas de libertad, las mismas que poseen ya un estigma por haber formado parte del régimen penitenciario, en ocasiones también tienen que enfrentar el estigma que se deslinda de una enfermedad mental o su pertenecía a una etnia diferente a la predominante en una región. Por lo que las consecuencias para una persona que se encuentra formando parte de un grupo estigmatizado dependerá de la época histórica, las políticas públicas para contrarrestar estas diferencias, el contexto tanto social como económico e individual que permitirá el acceso a tener mayores o menores recursos para afrontarlo. 

Así pues, para centrarse en enfermedad mental, esta ha sido por años catalogada como distinta a cualquier otro tipo de enfermedad, debido a como se entendieron muchas de ellas a lo largo de la historia y la forma en cómo eran tratadas las personas con una enfermedad mental dentro de entornos como manicomios, hospicios y cárceles donde predominaba un trato injusto que solo proporciono exclusión y violación de derechos más que un tratamiento digno; junto con esto y en épocas posteriores aparecieron medios de comunicación y cintas cinematográficas que hacían ver a los síntomas psiquiátricos como constituyentes de peligro, desorganización e irresponsabilidad, lo cual, influyo en gran medida a la prevalencia de la estigmatización en enfermedades mentales y al poco cuestionamiento de las mismas por la sociedad (Arnaiz & Uriarte, 2006). 

Como bien se ha podido aclarar el estigma se genera por un medio de construcción social, más sin embargo, es importante recalcar que se evidenciaron estudios donde en comunidades pequeñas el estigma no sigue un patrón común, debido a que las personas que habitan estos lugares tienden a conocerse más, a permitirse comprender la historia de la persona y la de la familia cuyo miembro padece, por ejemplo, de una enfermedad mental, por lo que, al contrario de rotular o categorizar a la persona se forma una red de apoyo más amplia y con mejores posibilidades de tratamiento, contrario a lo que ocurre en sociedades grandes, donde son menos tolerados comportamientos diferentes y por ende mayormente estigmatizados (Pedersen, 2009). 


Créditos: Cynthia Vivas

Una investigación colaborativa efectuada en varios países liderada por la OMS en la década de los ‘70s, dejó establecido que la esquizofrenia, por ejemplo, tiene mejores tasas de recuperación y un mejor pronóstico en los países pobres (i.e., Nigeria, India), cuando se comparan con sociedades modernas en aquellos países ricos e industrializados (Waxler, 1979; Cohen, 1992 como se citó en Pedersen, 2009, p.6) 

Es necesario destacar que esto ocurre siempre y cuando las personas de la comunidad tengan noción de lo que es en este caso una enfermedad mental, es decir, es necesario que exista promoción, prevención y tratamiento en salud mental. Caso contrario el estar en pequeños conglomerados puede vincular la sintomatología no con enfermedad mental sino más bien con explicaciones sobrenaturales o religiosas que lo único que hacen es lograr un retroceso en lugar de un avance, dando como resultado mayor estigmatización, asilamiento y muchos menos recursos para acceder a un tratamiento digno (Pedersen, 2009). 

Por último, es importante evidenciar como una de las más grandes consecuencias del estigma, cuando el mismo se logra constituir como un atributo personal que se denomina autoestigma, es en este punto las personas que forman parte del grupo estigmatizado toman las características negativas proporcionadas por otros y la hacen formar parte de su propia percepción, es por esto que en casos de enfermedad mental se introyecta ciertos rasgos como: “Es cierto; soy débil e incapaz de cuidar de mí mismo” (Arnaiz & Uriarte, 2006, p.52). Por ende, crecen las limitaciones individuales de las personas con algún tipo de enfermedad mental situándose en una posición distinta frente a los demás, perdiendo su autonomía y muchas veces imposibilitándolo que acceda a servicios de salud, ambientes laborales, educativos y a la construcción de redes de apoyo que mejorarían su calidad de vida. 

A modo de conclusión y tras el breve recorrido por textos que intentan explicar el estigma como un fenómeno no solo personal sino también social que se conforma de estereotipos, prejuicios y comportamientos discriminatorios, prevalece en gran medida la existencia de la alteración de la calidad de vida de la persona que lo posee, dependiendo el contexto social, cultural y económico en el que se encuentre. Así también se evidencia que el estigma por una enfermedad mental se diferencia de otros debido a la manera en cómo han sido explicados diferentes síntomas psiquiátricos a lo largo de la historia y como la introyección de este provocaría que se devalúe la identidad y la autoestima de la persona impidiendo muchas veces el acceso a dispositivos de salud mental que podrían acompañarla tanto a ella como a su entorno en el proceso de enfrentarse a una enfermedad de esta índole. 

Por otro lado es interesante evidenciar esta paradoja donde en comunidades pequeñas hay menos estigmatización siempre y cuando las personas que la conforman conozcan de las enfermedades mentales y sepan a quien acudir para tratarlas, lo que permite evidenciar la importancia de dar conocer esta temática y que se provean más recursos para lograrlo, igualmente es importante el acercamiento del entorno a la historia la persona en otras áreas de su vida no solo la correspondiente con la enfermedad mental deslindándola así de la categoría en la que es encasillada y promoviendo un entorno amigable, digno y respetuoso, que da lugar a una respuesta a la pregunta con la que comenzó este texto, si como seres humanos desde nuestra posición tendríamos la capacidad de ponernos en el lugar de otras personas y cambiar el paradigma social que acarreamos por miles de años, se podría dar cuenta que la empatía salva vidas, crea oportunidades, promueve el crecimiento social y la tolerancia individual, donde la mejor forma de hacer un cambio es cuestionarse y permitirse un mundo lleno de diferencias. 


Refencias:

Arnaiz, A., & Uriarte, J. (2006). Estigma y enfermedad mental. NORTE DE SALUD MENTAL(26), 49-59. 

Goffman, E. (1963). Estigma: Identidad deteriorada. Amorrortu. 

González, S. (2019). Estigma y salud mental: estigma internalizado. Universidad Complutense de Madrid

Pedersen, D. (2009). Estigma y exclusión social en las enfermedades mentales: apuntes para el análisis y diseño de intervencione. Acta Psiquiátrica y Psicológica de América Latina, 55(1), 39-50. 

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